Increíble, pero real. Llegamos a la última semana del año —esa que parecía tan lejana—, y nos rodeamos de este tipo de clichés: el tiempo vuela, cómo pasan los años, si parece que tan solo hubiera sido ayer que… También repetimos las mismas tradiciones una y otra vez, el brindis de fin de año, la celebración anual, el reencuentro con aquellos que apenas vimos de enero a noviembre; y sí, llegan también los balances de fin de año. Pueden parecer ritos que a veces
repetimos sin demasiada contemplación, pero también pueden resultar necesarios, reconfortantes y valiosos.
Sin duda, dedicar un tiempo para evaluar lo que hicimos —y lo que no— en los últimos doce meses puede ser un ejercicio de introspección de suma utilidad. Claro que para ello deberemos encarar la tarea con seriedad y objetividad. Ser estrictos, pero también reconocer nuestras propias virtudes y bondades; y tener la valentía de fijar nuevos desafíos, como así también de tomar la decisión de pulir o modificar aquello que no esté funcionando bien.
Como empujón inicial, propongo empezar por lo positivo. Mientras seamos sinceros con nosotros mismos y no nos durmamos en los laureles, podemos permitirnos parar a contemplar nuestros logros —grandes y pequeños— y apalancarnos en ellos para multiplicarlos después.
Así, podemos ponderar las lecciones aprendidas, identificar quiénes han sido nuestros mayores maestros e incluso las situaciones y las maneras en que cada uno de nosotros logra florecer. Con esto, ya tendremos la primera receta para el año que comienza, aquello que queremos repetir e intensificar.
Ahora sí, llegamos tal vez a lo más difícil: reconocer nuestros errores y desaciertos. No tengamos miedo de ser autocríticos, pues solo si tenemos el coraje de reconocer nuestras falencias podremos superarlas. Preguntémonos en qué situaciones no estuvimos a la altura de las circunstancias. Quizás erramos al medir la magnitud de la tarea que teníamos por delante, no encaramos bien un proyecto o no supimos prepararnos de la mejor manera. A tomar nota,
pensar qué podríamos haber hecho diferente, y aplicarlo en el futuro.
Reflexionemos acerca de las pequeñas acciones cotidianas, que a fin de cuentas son aquellas que nos llevarán al logro de todos nuestros objetivos, a corto y largo plazo. Pongamos el día a día en escrutinio, evaluemos nuestras rutinas y manejo del tiempo, ¿dedicamos este recurso tan escaso y preciado a lo que realmente nos importa? Como intérpretes —muchos profesionales independientes— es importante utilizar el tiempo de inactividad de modo provechoso. Entonces preguntémonos, ¿aprovechamos el tiempo fuera de cabina para la práctica autónoma? ¿Cuántas veces nos grabamos para evaluar nuestra producción? ¿Profundizamos nuestros conocimientos? ¿Pulimos nuestras lenguas A, B o C? ¿A cuál dejamos de lado, y quizás merezca más atención durante los próximos meses? ¿Estamos al tanto de las
nuevas tendencias y tecnologías? ¿Incursionamos en alguna herramienta desconocida que nos ayude a ser más productivos, gestionar la terminología o perfeccionar nuestra práctica? ¿Estamos en contacto con colegas que nos inspiren y motiven para mejorar? ¿Seguimos algún blog que nos aporte conocimiento? ¿Qué leímos en el último tiempo?
Una vez que nos sometemos a ponernos bajo la lupa, sugiero que vayamos más allá. Pongamos más énfasis en el lado humano. Consideremos si fuimos buenos compañeros, si nos gustaría trabajar a nuestra par. Analicemos si ayudamos a nuestros colegas, si contribuimos a enaltecer la profesión. Evaluemos nuestro manejo del estrés y el equilibrio entre nuestra vida profesional y personal, ¿tendremos que inclinar más la balanza hacia uno u otro lado? Miremos hacia atrás y pensemos si fuimos flexibles y pudimos adaptarnos a lo inesperado, que siempre abunda. Y si redoblamos la apuesta, nos aliento a pensar si este último año tuvimos la valentía de emprender algo diferente, difícil, desafiante; y qué nos dejó esa experiencia. Si la respuesta es negativa, bueno sería identificar a qué quisiéramos animarnos el año entrante.
Tras este análisis, seguro tendremos material de sobra tanto para tirarnos flores y regocijarnos con todo lo que logramos, como para empezar a trabajar sobre aquello que no resultó cómo esperábamos. Fijémonos objetivos claros y realistas, que podamos cuantificar y evaluar.
Pensemos en lo que queremos conseguir a largo plazo, y cómo podemos acercarnos a nuestra meta en lo inmediato, con acciones pequeñas y cotidianas que nos impulsen a mejorar.
Seamos concretos, pensemos en qué momentos del año solemos tener más tiempo libre para dedicarnos a nuestro perfeccionamiento profesional, y aprovechémoslo. Busquemos pequeños momentos diarios para la autoevaluación y el seguimiento de nuestras metas. Y así, con una visión clara y la motivación renovada, adentrémonos en el año que comienza con valor y determinación.
Autor: Maria Paz Mariñas