Solo se trata de llegar al otro

Como un espejo. Interpretar, dice Bertone, es ponerse en la voz y en el cuerpo del otro. Comprenderlo y a partir de ahí traducirlo.

De voz bajita y serena, Laura Bertone (67), se hace entender. A esto ha dedicado su vida. Como intérprete simultánea fue la voz de presidentes, premios Nobel, hasta de un astronauta. Eligió esta profesión por el anhelo de saber cómo piensan y viven los demás;  qué buscan por necesidad y por sentido, no sólo de las palabras, sino, también y, sobre todo, de la vida.
 

Laura es hija única. Gladys Oliva, su madre,  tartamuda,  se ocupó de que ella aprendiera inglés y francés a los cuatro años. Demás está decir que el énfasis en la comunicación no fue casual. De su madre aprendió el coraje y la fuerza. “Ir de compras le significaba una odisea, pero lo hacía. Ella me enseñó cómo es posible superar obstáculos y adversidades”. 
 

Hablar por otros
Tenía sólo 22 años cuando decidió ser intérprete. Se formó con Emilio Stevanovich, hijo de artista, pionero en el arte de la interpretación en la Argentina. En los años 60 (la carrera no existía) él enseñaba a sus alumnos que la cultura general era primordial. Por ejemplo, “en la mitad de la clase de pronto preguntaba cuál era la capital de Nigeria. Nos sorprendía. También nos hizo comprender que las palabras, en el fondo, no importan. Lo que vale es lo que se quiere decir”. La interpretación se asemeja a la figura del árbol: la vitalidad no está ni en el tronco ni en las hojas, sino en la raíz que impulsa todo. Cuando se interpreta se tiene que reflejar la raíz, donde habitan las creencias y los valores.  De su maestro, Laura aprendió que en el momento de hablar por otro las preocupaciones personales quedan afuera, como le pasa al actor cuando sube a escena: se está al ciento por ciento a disposición del orador. También es importante la capacidad de poner  distancia. “Yo me acostumbré con el tiempo, al principio quedaba agotada”.
 

Laura, intérprete simultánea del castellano, inglés y francés, trabajó en la Argentina hasta que a los 28 quiso viajar, eligió París: “Ansiaba tomar contacto con gente de todo el mundo” y supo hacerse lugar como intérprete free lance. Durante los veinte años que vivió allí trabajó para la Unesco, Unisys, para Congresos de Naciones Unidas. Pudo elegir temáticas: política, educación, humanidades. “De pronto sonaba el teléfono y me invitaban a una conferencia en Marruecos”.
 

Cuando ocurre la magia
En la traducción simultánea  hay dos  discursos paralelos: está quien habla y quien reproduce. En los eventos, los intérpretes, dos por cabina, se turnan cada media hora. Toman la primera persona: “somos la voz, y el pensamiento del orador”. Laura cuenta que lo habitual es recibir unas horas  antes el texto del discurso y que por lo general se conoce ahí mismo al disertante. Ella siempre intentó conocerlo antes, conversar. “Una cosa es estar sentada en una cabina allá arriba con mil personas escuchando a un señor que se ve lejos, otra es haberlo conocido, aunque sea un instante, ahí se produce la conexión. Cuando interpretás es necesario tener empatía para hablar desde el lugar del otro, aunque no compartas sus ideas”.
 

Qué se siente al ser voz y pensamiento de figuras relevantes: “Es raro. Somos fundamentales durante el discurso para después desaparecer de la escena. Nadie nos pide opinión, y debemos absoluta confidencialidad”. Será por eso que Laura prefiere no dar apellidos, salvo excepciones. Dice que no olvida las caras pero sí los nombres, y que seguramente es a propósito. Recuerda aquella vez en que interpretó a un funcionario de un organismo internacional al que no entendía. Después se comprobó que fue protagonista de un caso de corrupción. “Cuando lo que se dice no es verdadero la comunicación se traba”, asegura. “No sólo ocurre en el campo de las ideas, sino por un lapsus. El intérprete siente que hay una orden contradictoria. ¿Qué hace? Se calla, espera la señal adicional que lo oriente”.
 

¿Cuánto se involucra al ser la voz de otro? “Muchísimo”, responde, y vuelve a sus 23 años. Le había tocado ser intérprete de un periodista que debía entrevistar al Ministro del Interior en casa de gobierno (Buenos Aires). Durante la espera, Laura le tradujo un artículo al periodista. Entraron a la oficina, Laura hablaba por ambos, siempre en primera persona. Casi al final el periodista  cita lo leído en el diario. El ministro lo ataja: “Ese artículo no existe”. “Mi cara se descompuso. Me escuché decir ‘el  ministro opina que…’, o sea, me corrí, dejé la primera persona”. Muchos años después su psicoanalista reflexionó: “Usted preservó su identidad, si no hubiera participado del engaño”.  “Si esto me pasara hoy iría a buscar el diario. Ese es mi límite. ” 
 

Las perlitas que atesora
Trabajando para la Academia Real de Marruecos en Marrakesch (1996), Laura compartió una comida con Neil Armstrong, el primer hombre en pisar la Luna. Ella lo había interpretado un rato antes, y le confió que llevaba un cuaderno con sus sueños. Le pidió que se lo firmara. “Se me pone la piel de gallina recordarlo. El hombre que hizo realidad el sueño de toda la humanidad validaba mi esperanza”.
 

Después, en París, trabajó en la reunión de los premios Nobel. Cada uno disertaba sobre un tema. Laura fue intérprete de Adolfo Pérez Ezquivel. Luego participaron todos de un cóctel. “Sentí que era gente muy vital. Con gran capacidad de observación. Despiertos. Aquel día mi mente se despejó como nunca”.
 

Entre anécdota y anécdota, Bertone resalta lo estimulante que fue aventurarse en diferentes mundos, y como le facilitó una mayor perspectiva. “Entendí que siempre hay motivos para asombrarse y mejorar.  A la vez, me fui  dando cuenta de que cuando uno deja caer las diferencias lingüísticas, la esencia es la misma. La interpretación me dio, entre otras cosas, un gran conocimiento sobre lo humano.”.
 

“El mundo está en uno”
En algún momento Bertone necesitó dejar de ser la voz de otros y hacerse escuchar. En Francia realizó un doctorado en lingüística sobre “La interpretación”, en la Universidad París VIII. Hace 15 años volvió a la Argentina y, aunque sigue trabajando como intérprete, se volcó a enseñar lo aprendido. Hoy dicta seminarios sobre interpretación y comunicación por todo el país. “Además decidí crear puentes no ya entre diversos idiomas sino en el nuestro”. Lo aplicó en lo cotidiano, en sus relaciones. Así fue como encontró a su pareja: Teófilo. Ya son 13 años de este gran amor.  “Volver también me expuso a grandes desafíos. Me pasé la vida tratando de superar ciertos obstáculos en la comunicación con mi madre. De carácter muy fuerte, ella, a pesar de su tartamudez, se comunicó siempre sí o sí.  En cambio mi padre y yo fuimos siempre más silenciosos y tímidos. Muchas veces comunica el que habla más fuerte. Creo que he conseguido llegar al otro sin violencia ni alzar voz. Estoy aprendiendo a ocupar ese lugar y encontré una pareja con quien intento relacionarme de esa manera”, dice del modo más suave.    Confiesa que esta entrevista la movilizó. Le recordó un encuentro con Agustín Alezzo (profesor de teatro), 50 años atrás. “El estaba en un café, no me conocía, otra persona le comentó que me iba a  París. ‘Pero si el mundo está en uno, no hace falta viajar’”, le advirtió. Laura siempre pensó cuánto se había equivocado. Pero hoy, con todas las cartas sobre la mesa, concluye que tenía razón. “Tuve que dar la vuelta al mundo para darme cuenta, para llegar a mí”.

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